lunes, 22 de octubre de 2018

Mi madre en el pasado

Contraluz.  La silueta se acerca, me resulta familiar. 

[A las ocho viene mi hermana, leeremos juntas por fin]

Voz, dulzura, desconcierto.  La silueta se acerca, coge mi mano... la mano... ¿de quién es esa mano? 

[A las ocho viene mi hermana, leeremos juntas por fin]

"Disculpe, ¿cuánto queda para las ocho?"

Paz, calma, tranquilidad.

Gotas de olvido

Clic, clic…
Me despierta el goteo incesante.
Saco un pie de la cama, otro.
Cuando estoy a punto de tocar la manivela ésta gira y la puerta del baño se abre tropezándome con una mujer que comenta, como si nada, que ojalá hoy tuviese, de una puñetera vez ganas e inspiración (ésta última, con retintín) de revisar el maldito grifo del lavabo que, según ella, lleva más de quince días despertándola con el clic, clic de los cojones…
Yo observo cómo la desconocida sale arrastrando los pies. Elevo la mirada y me encuentro con una imagen en el espejo, terror en unos ojos que en el mundo real serán míos, pero que yo hoy, no reconozco.

Ahora

Y en el momento que contempló el sol y fue capaz de entender que lo que  sentía era su calor, aprovechó la ocasión para escribir lo que era incapaz de decirle:

 " Querida Reina, Gracias porque  sé que anhelas que un día vuelva a ser quién era, y porque, en el fondo, sabes que nunca he dejado de serlo.

Gracias porque me repetías hasta la saciedad que tu vida no era sin mí y ahora no puedo más que reconocer que yo no podría vivir si tú no estuvieras a mi lado.

Gracias por dejar que te quiera profundamente aunque yo ya no lo sepa, y porque siento que tú me sigues amando aún sabiéndolo todo."

Y no volvió a recordar esa carta. Tampoco lo necesitó. Reina estaba allí.