Se miraron a los ojos y se amaron para siempre, entrelazaron sus manos y caminaron, a veces por hierba mojada y otras por tierra agrietada, fueron dos cuerpos en una sola alma.
Y de pronoto una mañana llegó el olvido y se impuso el silencio, ella ya no recordaba ni el nombre de aquel a quien tanto amaba, sus manos siguieron entrelazadas, y el eterno resplandor de una mirada bastó para llenar de luz a otros ojos que ya se apagaban.
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